miércoles, 29 de agosto de 2012

Apocalipsis caps. 19, 20, 21


Capítulo XIX
1 Después de esto oí en el cielo como una gran voz de copiosa multitud, que decía "¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios; 2 porque fieles y justos son sus juicios, pues El ha juzgado a la gran ramera, que corrompía la tierra por su prostitución, y hxa vengado sobre ella la sangre de sus siervos." 3 Y por segunda vez dijeron: "¡Aleluya!” Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos. 4 Y se postraron los veinticuatro ancianos, y los cuatro vivientes, y adoraron al Dios sentado en el trono, diciendo: "Amén. ¡Aleluya!” 5 Y salió del trono una voz que decía: "¡Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, pequeños y grandes!” 6 Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: "¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado. 7 Regocijémonos y saltemos de júbilo, y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8 Y se le ha dado vestirse de finísimo lino, espléndido y limpio; porque el lino finísimo significa la perfecta justicia de los santos.” 9 Y me dijo: "Escribe: ¡Dichosos los convidados al banquete nupcial del Cordero!" Díjome también: "Estas son las verídicas palabras de Dios" 10 Caí entonces a sus pies para adorarlo. Mas él me dijo: "Guárdate de hacerlo. Yo Soy consiervo tuyo y de tus hermanos, los que tienen el testimonio de Jesús. A Dios adora. El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.”
11 Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que montaba es el que se llama Fiel y Veraz, que juzga y pelea con justicia. 12 sus ojos son llama de fuego, y en su cabeza lleva muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino Él mismo. 13 Viste un manto empapado de sangre, y su Nombre es: el Verbo de Dios. 14 Le siguen los ejércitos del cielo en caballos blancos, y vestidos de finísimo lino blanco y puro. 15 De su boca sale una espada aguda, para que hiera con ella a las naciones. Es Él quien las regirá con cetro de hierro; es Él quien pisa el lagar del vino de la furiosa ira de Dios el Todopoderoso. 16 En su manto sobre su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores. 17 Y vi un ángel de pie en el sol y gritó con poderosa voz, diciendo a todas las aves que volaban por medio del cielo: "Venid, congregaos para el gran festín de Dios, 18 a comer carne de reyes, carne de jefes militares, carne de valientes, carne de caballos y de sus jinetes, y carne de todos, de libres y esclavos, de pequeños y grandes." 19 Y vi a la bestia, y a los reyes de la tierra, y a sus ejércitos, reunidos para dar la batalla contra Aquel que montaba el caballo y contra Su ejército. 20 Y la bestia fue presa, Y con ella el falso profeta, que delante de ella había hecho los prodigios, por medio de los cuales había seducido a los que recibieron la marca de la bestia y a los que adoraron su estatua. Estos dos fueron arrojados vivos al lago del fuego encendido con azufre. 21 Los demás fueron trucidados con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, todas las aves se hartaron de la carne de ellos.

Capítulo XX
1 Y vi un ángel que descendía del cielo y tenía en su mano la llave del abismo y una gran cadena. 2 Y Se apoderó del dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años, 3 y lo arrojó al abismo que cerró y sobre el cual puso sello para que no sedujese más a las naciones, hasta que se hubiesen cumplido los mil años, después de lo cual ha de ser soltado por un poco de tiempo. 4 Y vi tronos; y sentaronse en ellos, y les fue dado juzgar, y (vi) a las almas de los que habían sido degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su estatua, ni habían aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años; 5 Los restantes de los muertos no tornaron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección. 6 ¡Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre éstos no tiene poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, con el cual reinarán los mil años.
7 Cuando se hayan cumplido los mil años Satanás será soltado de su prisión, 8 y se irá a seducir a los pueblos que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog, y Magog a fin de ]untarlos para la guerra, el número de los cuales es como la arena del mar. 9 Subieron a la superficie de la tierra y cercaron el campamento de los santos y la ciudad amada; mas del cielo bajó fuego [de parte de Dios] y los devoró. 10 Y el Diablo, que los seducía, fue precipitado en el lago de fuego y azufre, donde están también fa bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
11 Y vi un gran trono esplendente y as sentado en él, de cuya faz huyó la tierra y también el cielo; y no se halló más lugar para ellos.
12 vi a los muertos, los grandes y los pequeños, en pie ante el trono y Se abrieron libros -Se abrió también otro libro que es el de la vida- y fueron juzgados los muertos, de acuerdo con lo escrito en los libros, según sus obras. 13 Y el mar entregó los muertos que había en él; también la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14 Y la muerte y el Hades fueron arrojados en el lago de fuego. Esta es la segunda muerte: el lago de fuego. 15 Si alguno no se halló inscrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego.

Capítulo XXI
1 Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado, y el mar no existía más. 2 Y vi la ciudad, la Santa, la Jerusalén nueva, descender del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. 3 Y oí una gran voz desde el trono, que decía: "He aquí la morada de Dios entre los hombres. Él habitará con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos, 4 y les enjugará toda lágrima de sus ojos; y la muerte no existirá más; no habrá más lamentación, ni dolor, porque las cosas primeras pasaron." 5 Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: "He aquí, Yo hago todo nuevo." Dijo también: "Escribe, que estas palabras son fieles y verdaderas."
6 Y díjome: "Se han cumplido. Yo soy el Alfa Y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7 El vencedor tendrá esta herencia, Y Yo seré su Dios, Y él Será hijo mío. 8 Más los tímidos e incrédulos y abominables y homicidas y fornicarios y hechiceros e idólatras, y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago encendido con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte."
9 Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo diciendo: "Ven acá, te mostraré la novia. la esposa del Cordero." 10 Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios, 11 teniendo la gloria de Dios; su luminar era semejante a una piedra preciosísima, cual piedra de jaspe cristalina. 12 Tenía muro grande y alto, y doce puertas, y a las puertas doce ángeles, y nombres escritos en ellas, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel: 13 tres puertas al oriente, tres puertas al septentrión, tres puertas al mediodía, tres puertas al occidente. 14 El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. 15 Y el que hablaba conmigo tenía como medida una vara de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. 16 La ciudad se asienta en forma cuadrada, siendo su longitud igual a su anchura. Y midió la ciudad con la vara: doce mil estadios; la longitud y la anchura y la altura de ella son iguales. 17 Midió también
su muro: ciento cuarenta y cuatro codos, medida de hombre, que es (también medida) de ángel. 18 EI material de su muro es jaspe, y la ciudad es oro puro, semejante al cristal puro. 19 Los fundamentos del muro de la ciudad están adornados de toda suerte de piedras preciosas. El primer fundamento es jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; 20 el quinto, sardónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el
nono, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. 21 Y las doce puertas son doce perlas; cada una de las puertas es de una sola perla, y la plaza de la ciudad de oro puro, transparente como cristal. 22 No vi en ella templo, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso, así como el Cordero. 23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren, pues la gloria de Dios le dio su luz, y su lumbrera es el Cordero. 24 Las naciones andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra llevan a ella sus glorias. 25 Sus puertas nunca se cerrarán de día -ya que noche allí no habrá- 26 y llevarán a ella las glorias y la honra de las naciones.
27 Y no entrará en ella cosa vil, ni quien obra abominación y mentira, sino solamente los que están escritos en el libro de vida del Cordero.

Comentarios
5 ss. Aleluya: locución hebrea (Hallelú Yah), no significa alegría, como suele creerse, sino ¡alabad a Yahvé! Usada frecuentemente en los Salmos, sólo aparece cuatro veces en el Nuevo Testamento y es en los vv. 1, 3, 4 y 6 de este capítulo. Es aquí la respuesta al petitorio del v. 4 y coincide naturalmente con el colmo del gozo (18, 20) ante el acontecimiento que significa la culminación del Libro y de todo el plan de Dios en la glorificación de su Hijo (cf. 11, 15 ss.). "Voces celestiales cantan la toma de posesión por el Señor de su reino universal y eterno al mismo tiempo que las Bodas del Cordero. Este hermoso pasaje sirve de transición entre la ruina de Babilonia y la derrota, ora del Anticristo ora de Satanás" (Fíllion). Cf. sobre el primero v. 19 s.; sobre el segundo, 20, s. y ss.
7. Cf. Mat. 22, _2 ss.; 25, 1ss.; Luc. 14, 16 ss. La desposada (cf. Cant. 4, 7 nota) se prepara para celebrar las nupcias con su divino Esposo (cf. Ef. 5, 25­27). Pirot opina que aquí S. Juan deja solamente entrever las bodas del Cordero y de la Iglesia que se celebrarán según él en el cap. 21, y recuerda que "la metáfora del matrimonio traducía en el A. T. la idea de alianza entre Yahvé e Israel (Os. 2, 16; Is. 50, 1-3; 54, 6; E:. 16, 7ss.; Cant―)". Junemann ve aquí "los desposorios perfectos, triunfales y eternos de Cristo con la humanidad restaurada por Él" (cf. 12, 1 y nota). Los primeros cristianos anhelaban ya la unión final con el Esposo, en la oración que desde el Siglo primero nos ha conservado la "Didajé" o "Doctrina de los doce Apóstoles": "Asi como este pan fraccionado estuvo disperso entre las colinas y fue recogido para formar un todo, así también, de todos los confines de la tierra, sea tu Iglesia reunida para el Reino tuyo... líbrala de todo mal, consúmala por tu caridad, y de los cuatro vientos reúnela, Santificada, en tu reino que para ella preparaste, porque tuyo es el poder y la gloria en los siglos. ¡Venga la gracia! ¡Perezca este mundo! ¡Hosanna al Hijo de David! Acérquese el que sea santo; arrepiéntase el que no lo sea. Maranatha (Ven, Señor) . Amén ’.
8. Contraste con la actitud de Babilonia (17, 4; 18, 16).
9. Dichosos los convidados al banquete nupcial: Véase la parábola de Jesús en MAT. 22, 2 ss. Cf. 3, 20; Is. 25, 6 y Luc 14, 15 donde esta idea va unida a lo que Jesús llama "la resurrección de los justos" (Luc 14, 14). He aquí la bienaventuranza suprema y eterna (cf. 20, 8; 21. 2 y 9 ss.) Pirot señala la frecuencia de esta idea del banquete en el N. T. y cita además Mat 8, 11; Luc 22, 18 y IV Esdr 2, 38
10. A Dios adora: "Es decir, reserva para Él solo todos tus homenajes" (Fillion). El ángel se declara siervo de Dios como los hombres (cf. 22, 8; Hebr. 1, 14). S. Pedro nos da a este respecto un bello ejemplo en Hech. 10, 25 s. "El término adorar, dice Crampon, debe ser tomado aquí, como en varios lugares de la Escritura, en el sentido lato de venerar, dar una señal extraordinaria de respeto". Cf. S. 148, 13 y nota. El espíritu de la profecía no ha sido dado sólo al ángel sino también al hombre (cf. Ef., 1, 9 s.; I Pedro 1, 10 ss.) y consiste en dar testimonio de Jesús y de sus palabras (I Cor. 14). Juan tiene también ese espíritu, y ello le es asimismo un testimonio de que Jesús está con él. Cf. 1, 9; 12, 17, donde parece mostrársenos que hay una persecución especial para los que tienen este testimonio de orden profético, quizá porque es lo que al orgullo humano más le cuesta aceptar, según sucedió con Israel. Cf. Juan 12, 40-41; Luc. 19, 14.
11 ss. Fiel y Veraz: (cf. 1, 5: 3. 7 y 14): el mismo Jesucristo. cuyas palabras se llaman por eso "fieles y verdaderas" (21, 5; 22, 6). Él, juez del mundo, vendrá como Rey a derrotar a sus enemigos: juzga y pelea como en Is. 63, 1. Su triunfo, anunciado desde las primeras páginas del Libro sellado (7, 2) va ahora a manifestarse ante todo contra el Anticristo (II Tes. 2, 8). "El Mesías en persona se reserva la primera ejecución" (Pirot).
12. Muchas diademas: más que el dragón (12, 3) y que la bestia (13, 1). El Canon de Muratori, fragmento de fines del siglo II, entre los grandes misterios de Cristo sobre los cuales es una sola nuestra fe, señala "Su doble advenimiento, el primero en la humildad y despreciado, que ya fue; y el segundo, con potestad real... (aquí faltan algunas palabras) preclaro, que será" (Ench. Patristicum 268).
13. Un manto empapado de sangre (v. 13) alude asimismo a la visión de Is. 63, 1-6 (cf. nota). No es la sangre de Jesús, como algunos han creído, sino de la vendimia de sus enemigos (cf. 14, 20 y nota). Los hijos de Esaú, Idumeos (de Bosra), siempre aparecen los primeros castigados como los que más odian a su hermano Israel (cf. Is. 34, 6; S. 136, 7; Hab. 3. 3; Abd. 17 ss. y notas, etc.).
14. Los ejércitos del Cielo son los ángeles (Mat. 25, 31; 26. 51; II Tes. 1, 7) Y sin duda también, como observa Pirot, los santos.(17, 4) resucitados al efecto (I Tes. 4, 16s.; Judas 14).
15. "Como en Is. 11, 4... como el Rey de S. 2, 9, Será duro para los goyím" (Gelín). Véase además sobre la espada que sale de su boca, 2, 16; II Tes. 2, 8; sobre el cerro de hierro, 12, 5; S. 109, 6; 149, 6 ss.; sobre el lugar del vino de la furiosa ira, v. 13 y nota. Pirot, citando a Lagrange, hace notar que "Jesús durante su vida mortal no dio cumplimiento a estas profecías: fue especialmente el Mesías doctor y paciente; las perspectivas gloriosas, las promesas de dominación sobre el mundo, el aspecto triunfal del mesianismo, no se realizaron entonces: el mesianismo parecía como cortado en dos". Cf. Jer. 30. 3; Mat. 5. 17-18; Luc: 24, 44; Hech. 3, 20 ss.; I Pedro 1, 11.
16. Pio XII, en su primera Encíclica, cita este pasaje y dice: "Queremos hacer del culto al Rey de reyes y Señor de señores, como la plegaria del introito de este nuestro Pontificado". cf. 17, 14; Deut. 10, 17. Resumiendo un estudio de Cerfaux a este respecto, dice Gelin: "El titulo de Señor (Kyrios) tiene una significación real y triunfal: corresponde al belu de la correspondencia de Tell•el- Amarua, al Adán de los hebreos, al marana de los papiros de Elefantina. Ese título debió. ser utilizado en la Iglesia judeo•aramea para expresar la dignidad del Rey Mesías. Se puede leer con esta idea los siguientes pasajes donde está usado en su contexto real y triunfal: Marc. 11, 3; 12, 35-37; I Cor. 16, 23 (Marana = Kyrios); 11, 26; Hech. 5, 31; 7, 60; Luc. 19, 11; Mat. 24, 42.
17 S. Véase Ez. 39, 17 ss., donde el Profeta invita a las aves del cielo a comer la carne de los enemigos de Israel; y Dan. 7, 11 y 26, donde se anuncia la destrucción de la bestia que es figura del Anticristo (cf. v. 20). También Isaías, después de anunciar la Pasión y Muerte de Jesús, revela su triunfo final sobre todos sus enemigos, diciendo: "Y repartirá los despojos de los fuertes" (Is. 53, 12).
19 ss. Véase 16, 16 y nota. "La batalla final es el advenimiento triunfante de Jesucristo para juzgar al mundo" (Crampon); Cf,20, 11. Matados los dos testigos (11, 8) y tramada la coalición de todas las fuerzas anticristianas (16, 13), el gran enemigo de Dios es derrotado por Jesucristo en Persona. "Esta matanza es obra del mismo Cristo. Aunque hubiese un ejército numeroso, el  Verbo de Dios parece ser el único que toma parte efectiva en el combate" (Fillion). Cf. Is. 11, 4; II Tes. 2, 8; Dan. 7, 21 y notas. Sobre la bestia y el falso profeta. véase cap. 13 (cf. Dan. 8, 25 S.; 11, 36). S. Agustín cree que. entre la muerte del Anticristo y el fin del mundo, mediará un tiempo, al cual se refiere también S. Tomás diciendo: "consolará el Señor a Sión (Is. 51, 3)... y a causa de esto, después de la muerte del Anticristo, será también doble la consolación: esto es, la paz y la multiplicación de la fe; porque entonces todos los judíos se convertirán a la fe de Cristo, viendo que fueron engañados: en aquellos días suyos, Judá será Salvo e Israel vivirá
tranquilamente y el nombre con que será llamado helo aquí: Justo Señor nuestro (Jer. 23, 6)".
21. "Los soldados de las Bestias (16, 14; 18, 3) son muertos en el combate y sus almas van probablemente al Hades, de donde no saldrán sino en 20, 14-15. Hay, pues, en la parte inferior del teatro apocalíptico varias mansiones que no coinciden: el Hades, el estanque de fuego (Gehenna); el abismo (cf. 9, 1) de que va a hablarse en seguida" (Pirot). Cf. 20, 3.

1. Para apoderarse del dragón (v. 2) el ángel desciende del cielo a la tierra, pues antes Satanás había sido precipitado a ella (12, 9 12). Este ángel parecería ser el Arcángel S. Miguel. que es el vencedor de Satanás (cf. 12, 7 y nota), y a quien la liturgia de su fiesta considera como el ángel mencionarlo en 1, 1 (cf. Epístola del 8 de mayo y 29 de septiembre). León. XIII lo expresa así en su Exorcismo contra Satanás y los ángeles rebeldes al citar este pasaje cuando pide a San Miguel que sujete "al dragón. aquella antigua serpiente que es el diablo y Satanás" para precipitarlo encadenado a los abismos de modo que no pueda seducir más a las naciones. El mismo Pontífice prescribió la oración después de la misa en que se hace igual pedido a Miguel, "Príncipe de la milicia celestial" para que reduzca a "Satanás y los otros espíritus malignos que vagan por el mundo"‘. Véase I Pedr. S, 8, que se recita en el Oficio de Completas. Cf. II Cor. 2, 11; Ef. 6, 12.
2. "Aquí, dice Gelîn, el ángel malo por excelencia sufre un castigo previo a su punición definitiva (20. 10). Se trata de una neutralización de su poder, que refuerza la que le había sido impuesta en 12, 9". Por mil años: los vv. 3, 4, 5, 6 y 7 repiten esta cifra. según S. Pedro, ella correspondería a un día del Señor (II Pedro 3, 8; S. 89, 4). S. Pablo (I Cor. 15, 25) dice: "hasta que Él ponga a sus enemigos por escabel de sus pies", como lo vemos en los vv. 7-10.
3. Al Abismo: véase v. 9; 19, 21 Y nota. Cf. II Pedro 2, 4; Judas 6. Para que no sedujese: cf. v. 1 y nota. Ha de ser soltado: cf. v. 7ss.
4. Martini opina que "el orden de estas palabras parece que debe ser éste: Vi tronos, y las almas de los que fueron degollados, etc. y se sentaron y vivieron, y reinaron, etc.". Cf. 3, 21 y nota. Otros piensan que esos tronos serán sólo doce (Mat. 19, 28), reservados a aquellos que se sentaron, pues de esos otros resucitados no se dice que se sentaron aunque sí que reinaron por no haber adorado como todos al Anticristo (cap. 13), que fue destruido en el Capítulo anterior (19, 20), y Serán reyes y sacerdotes (v. 6; 1, 6; 5, 10). Véase I Cor. 6, 2­3, donde
S. Pablo enseña que los santos con Cristo juzgarán al mundo y a los ángeles. Cf. Sab. 3, 8; Dan. 7, 22; Mat. 19, 22; Luc. 22, 30; I Cor. 15, 23; I Tes. 4, 13 ss.; Judas 14 y notas.
5. La primera resurrección: He aquí uno de los pasajes más diversamente comentados de la Sagrada Escritura. En general se toma esta expresión en sentido alegórico: la vida en estado de gracia, la resurrección espiritual del alma en el Bautismo, la gracia de la conversión, la entrada del alma en la gloria eterna, la renovación del espíritu cristiano por grandes santos y fundadores de Órdenes religiosas (S. Francisco de Asís, Santo Domingo, etc.), O algo semejante. Bail, autor de la voluminosa Summa Conciliorum, lleva a tal punto su libertad de alegorizar las Escrituras, que opta por llamar primera resurrección la de los réprobos: porque éstos, dice, no tendrán más resurrección que la corporal, ya que no resucitarían para la gloria. Según esto, el v. 6 alabaría a los réprobos, pues llama bienaventurado  y santo al que alcanza la primera resurrección. La Pontificia Comisión Bíblica ha condenado en su decreto del 20-VIII•l941 los abusos del alegorismo, recordando una vez más la llamada "regla de oro", según la cual de la interpretación alegórica no se pueden sacar argumentos. Sin embargo, hay que reconocer aquí el estilo apocalíptico: En I Cor. 15, 23. donde S. Pablo trata del orden en la resurrección, hemos visto que algunos Padres interpretan literalmente este texto como de una verdadera resurrección
primera, fuera de aquella a que se refiere San Mateo en 27, 52 S. (resurrección de santos en la muerte de Jesús) y que también un exegeta tan cauteloso como Cornelio a Lápide la sostiene. Cf. 1 Tes. 4, 16:. 1 Cor. 6. 2-3; II Tim. 2, 16 ss. y Filip. 3, 11, donde San Pablo usa la palabra "exanástasis" `y añade "ten ek nekróon" o sea literal- mente, la ex-resurrección, la que es de entre los muertos. Parece. pues, probable que San Juan piense aquí en un privilegio otorgado a los Santos (sin perjuicio de la resurrección general), y no en una alegoría, ya que S. Ireneo, fundándose en los testimonios de los presbíteros discípulos de S. Juan, señala como primera resurrección la de los justos (cf. Luc. 14, 14 y 20, 35). La nueva versión de Nácar­Colunga ve en esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires, "a quienes corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su Capitán, recibirán un premio que no corresponde a los demás muertos, y éste es juzgar. que en el sentido bíblico vale tanto como regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán. a quien por haberse humillado hasta la muerte le fue dado reinar sobre todo el universo (Filip. 2, 8s.)". Véase Filip. 3, 10-11; 1 Cor. 15, 23 y 52 y notas; Luc. 14, 14; 20, 35; Hech. 4, 2.
6. Con el cual reinaron los mil años: Fillion dice a este respecto: "Después de haber leído páginas muy numerosas sobre estas líneas, no creemos que sea posible dar acerca de ellas una explicación enteramente satisfactoria". Sobre este punto se ha debatido mucho en siglos pasados la llamada cuestión del milenarismo o interpretación que, tomando literalmente el milenio como reinado de Cristo. coloca esos mil años de los vv. 2-7 entre dos resurrecciones, distinguiendo como primera la de los vv. 4-6, atribuida sólo a los justos, y como segunda y general la mencionada en los vv. 12­13 para el juicio final del v. 11. La historia de esta interpretación ha sido sintetizada en breves líneas en una respuesta dada por la Revista Eclesiástica de Buenos Aires (mayo de 1941) diciendo que "la tradición. que en los primeros siglos se inclinó en favor del milenarismo, desde el siglo V se ha pronunciado por la negación de esta doctrina en forma casi unánime".
La Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio cortó la discusión declarando, por decreto del 21 de julio de 1944, que la doctrina "que enseña que antes del juicio final, con resurrección anterior de muchos muertos o sin ella, nuestro Señor Jesucristo vendrá visiblemente a esta tierra a reinar, no se puede enseñar con seguridad (tuto doceri non posse)". Para información del lector, transcribimos el comentario que trae la gran edición de la Biblia aparecida recientemente en Paris bajo la dirección de Pirot-Clamer sobre este pasaje: "La interpretación literal: varios autores cristianos de los primeros siglos pensaron que Cristo reinaría mil años en Jerusalén (v. 9) antes del juicio final. El autor de la Epístola de Bernabé (15, 4-9) es un milenarista ferviente; para él, el milenio se inserta en una teoría completa de la duración del mundo, paralela a la duración de la semana genesíaca: 6.000 + 1.000 años. S. Papías es un milenarista ingenuo. S. Justino, más avisado empero, piensa que el milenarismo forma parte de la ortodoxia (Diálogo con Trifón 80-81). S. Ireneo lo mismo (Contra las herejías V, 28 3), al cual sigue Tertuliano (Contra Marción III, 24). En Roma, S. Hipólito se hace su campeón contra el sacerdote Caius, quien precisamente negaba la autenticidad jonanea del Apocalipsis para abatir más fácilmente el milenarismo". Relata aquí Pirot la polémica contra unos milenaristas cismáticos en que el obispo Dionisio de Alejandría "forzó al jefe de la secta a confesarse vencido", y sigue: "Se cuenta también entre los partidarios más o menos netos del milenarismo a Apolinario de Laodicea, Lactancio, S. Victorino de Pettau, Sulpicio Severo, S. Ambrosio. Por su parte, S. Jerónimo, ordinariamente tan vivaz, muestra con esos hombres cierta indulgencia (Sobre Isaías, libro 18). S. Agustín, que dará la interpretación destinada a hacerse clásica, había antes profesado durante cierto tiempo la opinión que luego combatirá. Desde entonces el milenarismo cayó en el olvido, no sin dejar curiosas supervivencias, como las oraciones para obtener la gracia de la primera resurrección, consignadas en antiguos libros litúrgicos de Occidente (Dom Leclercq)". Más adelante cita Pirot el decreto de la SS. Congregación del S. Oficio, que transcribimos al principio, y continúa: "Algunos críticos católicos contemporáneos, por ejemplo Calmes, admiten también 1a interpretación literal del pasaje que estudiamos. El milenio seria inaugurado por una resurrección de los mártires solamente, en detrimento de los otros muertos. La interpretación espiritual: Esta exégesis -sigue diciendo Pirot- comúnmente admitida por los autores católicos, es la que S. Agustín ha dado ampliamente. Agustín hace comenzar este período en la Encarnación porque profesa la teoría de la recapitulación, mientras que, en la perspectiva de Juan, los mil años se insertan en un determinado lugar en la serie de los acontecimientos. Es la Iglesia militante, continúa Agustín, la que reina con Cristo
hasta la consumación de los siglos; la primera resurrcccíón debe entenderse espiritualmente ­del nacimiento a la vida de la gracia (Col. III, 1-2; Fil. III, 20; cf. Juan V, 25); los tronos del v. 4 son los de la jerarquía católica y es esa jerarquía misma, que tiene el poder de atar y desatar. Estaríamos tentados -conc1uye Pirot- de poner menos precisión en esa identificación. Sin duda tenemos allí una imagen destinada a hacer comprender la grandeza del cristiano: se sienta porque reina (Mat, XIX. 28; Luc. XXII, 30; I Cor. I, 3; Ef. I, 20; II, 6; Apoc, I, 6; V, 9)." La segundo muerte: El Apóstol explica este término en el v. 14.
8. Gog y Magog: son aquí, como en Ez. 39, 2, representantes de los reinos y pueblos anticristianos. Gog se llama en Ezequiel rey de Rosch, Mosoc y Tubal, reinos situados al norte de Mesopotamia, e identificados por algunos intérpretes con Rusia, Moscú y Tobolsk (Siberia). ¿Debe esta rebelión identificarse con aquella invasión de Tierra Santa que anuncia Ezequiel? Véase allí los caps. 38-39 y sus notas. Lo que no puede dejar de señalarse es lo que esto significa como "etapa" final de la invariable apostasía del hombre frente a Dios (cf. 13, 18 y nota). "Empezó en el paraíso (Gén. 3), y se repitió diez y seis siglos más tarde en el diluvio (Gén. 4-7) y cuatro siglos después con la torre y ciudad de Babel (Gén. 8-11). Después de la elección de Abrahán, la era patriarcal termina paganizada en la esclavitud de Egipto (430 años). Y luego de otros quince siglos el pueblo electo de Israel, seducido por sus jefes religioso-políticos, reclamó y consiguió una cruz para el Mesías tan esperado. ¿Acaso las naciones de la gentilidad habrán de ser más fieles? Las hemos visto en el capitulo anterior siguiendo al Anticristo y las vemos aquí, apenas suelto Satanás, precipitarse de nuevo a su ominoso servicio. ¡Triste comprobación para la raza de Adán! Digamos, pues, que si toda la humanidad no es salva, no será porque Dios no haya agotado su esfuerzo hasta entregar su Hijo". Cf. Juan, 3, 16.
9. Subieron o la superficie: cf. Ez. 39, 11-16 y notas. La ciudad amada: como anota Pirot, "el ataque se hace contra Jerusalén, capital del Reino mesiánico, como en Ez. 38, 12... Los santos no necesitan salir, pues Dios interviene desde el cielo". En efecto, bajó fuego del cielo y los devoró: esto es, súbitamente y sin batalla como en 19, 11 ss. Las palabras entre corchetes son probablemente una glosa. Así morirán todos, para ser juzgados con los demás muertos (vv. 5 y 11 ss.), Véase v. 14 y nota. Como lo expresa la mayoría, éste parece ser el fuego que S. Pedro anuncia en II Pedro 3, 7-8 como perdición final de los hombres impíos (cf. v. 11 y nota) si bien no es fácil conciliar esto con el mencionado en I Cor. 3, 15, pues en la Parusía del Señor lo vemos con nubes (14, 14) o sobre caballo blanco (19, 11) pero nunca con fuego. 10. Cf. Is. 24, 21 s. y nota.
11 ss. Descripción del juicio final, cuya explicación encierra todavía muchos misterios para la exégesis moderna. Se diría que, como en 19, 11 ss. y en Mat. 25, 31 ss., el juez es Cristo, el Hijo a quien Dios entregó el poder de juzgar al mundo (Juan 5, 22; Hech. 10, 42; 17, 31; Rom. 2, 16; I Pedro 4, 5 S.) después de haber hecho entrega de ese mismo Hijo "para que el mundo se salve por Èl" (Juan 3, 16-17). Sin embargo, los autores modernos (Fillion, Pirot, etc.) dan por seguro que S. Juan presenta aquí a Dios Padre a quien llama desde el principio "el que está sentado en el trono" (4, 9 y 10; 5,1, 7 y 13; 7,15, etc.) y que es el único juez supremo" (Gelin) Cf. 22, 13 y nota. Huyó a tierra, etc.: no es ya parcialmente, como en 6, 14; 16, 20, sino que aquí no hay más tierra de modo que, dice Pirot, "es imposible ubicar el lugar del juicio" y por tanto no puede aplicarse, como en Mat 25, 31 ss., lo anunciado sobre el juicio de las naciones al retorno de Cristo en el valle de Josafat (Joel 3, 2), ni expresa allí Jesús las otras características que aquí vemos, como la resurrección, el tratarse sólo de muertos (vv. 12 y 13) sin quedar ningún vivo (v. 9; cf. I Tes 4, 16-17); los libros abiertos; la exclusiva mención del castigo y no del premio (vv. 14 y 15); el contenido general del juicio sin referencia a las obras de caridad del juicio sin referencia a las obras de caridad (Mat 25, 35 ss.), ni al Rey (íd. 34 y 40), ni a su Parusía ni a sus ángeles (íd. 31), ni a la separación entre ovejas y machos cabríos (íd. 33). Por ahí vemos cuánto debe ser aún nuestro empeño en profundizar la doctrina e intensificar nuestra cultura bíblica. Sobre el Libro de la vida, cf. 3, 5 y nota.
14. Sólo aquí Se ve que no habrá más muerte sobre la tierra. Por eso S. Pablo dice que "la muerte será el último enemigo destruido" para que todas las cosas queden sujetas bajo los pies de Jesús (I Cor. 15, 26; Ef. 1, 10) y Él pueda entregarlo todo al Padre (I Cor. 15, 24 y 28). La muerte y el Hades: parecen personificar a los muertos que había en e1los (v. 13), no nombrándose el mar porque había desaparecido en el v. 11 como se deduce de 21, 1. De lo contrario nadie podría explicar por ahora el significado de ambos personajes.

1. Habían pasado en 20, 11, Sin duda junto con El mar, como aquí vemos. No se dice que esto sucediese mediante el fuego de 20, 9, sino que "huyeron" ante la faz de Dios (20, 11). También se habla de fuego en I Cor. 3, 13 y en II Pedro 3, 12 (cf. notas), pero rodeado de circunstancias que no es fácil combinar con las que aquí vemos. Por ello parece que hemos de Ser muy parcos en imaginar soluciones, que pueden ser caprichosas, en estos misterios que ignoramos (cf. 20, 11 y nota). Aquí, como observa Gelin, aparece a la vista de los elegidos "un cuadro nuevo y definitivo" por lo cual parecería tratarse ya de lo que S. Pab1o nos hace vislumbrar en I Cor. 15, 24 y 28. Cielo nuevo y tierra nueva se anuncian también en Is. 65, 17 ss. como en 66, 22 (cf. notas); pero allí aún se habla de algún muerto, y de edificar casas y de otros elementos que aquí no se conciben y que Fillion atribuye a "la edad de oro mesiánica" y Le Hir llama retorno a la inocencia primitiva (cf. IS. 11, 6 ss.; Ez. 34, 25; Zac. 14, 9 ss.; Mat. 19, 28; Hech. 3, 21; Rom. 8, 19 ss.; etc.).
2. Pirot observa que la Jerusalén de E:. 40-48 era todavía terrestre, y añade que la de Is. 54, 11 ss. esta descrita con un lirismo deslumbrante, pero no establece ni explica que haya diferencia entre ambas (cf. v. 22 y nota). La Jerusalén que aquí vemos desciende toda del cielo, como dice S. Agustín y es la antítesis de Babilonia la ramera (caps. 17-18); la imagen es tomada de la Jerusalén terrenal, pero la idea es otra y no podemos confundirla con nada de lo que era la tierra, fuese o no transformada.
3. La morada de Dios entre los hombres: Algunos suponen a este respecto que la substancia de los elementos adquirirá nuevas cualidades convenientes y relativas a nuestros cuerpos inmortales. Otros observan que en esta consumación definitiva de los
misterios de Dios seremos en realidad nosotros, y no las cosas eternas, los que nos transformaremos, como "nueva creación" (II Cor. S, 17; Gál. 6, 15) y asumiremos como tales esa vida divina. Desde ahora la poseemos por la gracia, pero entonces la disfrutaremos plenamente con lo que se ha llamado el lumen gloriæ. Porque esa vida eterna, sin fin, tampoco tuvo principio y nosotros fuimos, desde la eternidad, elegidos para poseerla gracias a Cristo (véase Ef. 1, 1 ss. y notas) y con Él y en Él como los sarmientos en la vid (Juan 15, 1 ss.), como los miembros en la cabeza (Col. 1, 19). ¿No es ésta la Jerusalén "nuestra madre" de que habla el Apóstol en Gal. 4, 26? ¿No es este el Tabernáculo "que hizo Dios y no el hombre" (Hebr. 8, 2), "el mismo cielo" donde entró Jesús (Hebr. 9. 24), "la ciudad de fundamentos cuyo artífice y autor es Dios" a la cual aspiraba Abrahán (Hebr. 11, 10), "la ciudad del Dios vivo, Jerusalén celeste" a la cual convoca S. Pablo a todos los hebreos (Hebr. 12, 22)? Ella viene aún como novia, no obstante haberse anunciado desde 19, 6 ss. las Bodas del Cordero. ¿Encierra esto tal vez un nuevo misterio de unidad total, en que habrán de fundirse las bodas de Cristo con la Iglesia y las bodas de Yahvé con Israel? (Véase 19, 9 y nota). He aquí ciertamente el punto más avanzado, donde se detiene toda investigación escatológica y que esconde la clave de los misterios quizá postapocalípticos del Cantar de los Cantares (véase nuestra introducción a ese Libro).
5. Yo hago todo nuevo: Ya habló de cielo nuevo y tierra nueva (v. 1) y de la Jerusalén celestial (v. 24). ¿Qué nueva novedad encierra todavía esta asombrosa declaración de Dios? Algunos la refieren a lo precedente, como si fuera una redundancia. Parece sin
embargo que en estos capítulos finales el Padre acumula uno sobre otro los prodigios de su esplendidez hasta más allá de cuanto pudiera fantasear el hombre. Crampon lo considera simplemente como una nueva creación, algo que no está ya expuesto a un "fracaso" como el de Adán, y comenta: "Es una renovación de este mundo donde vivió la humanidad caída. el cual desembarazado al fin de toda mancha, será restablecido por Dios en un estado igual y aún superior a aquel en que fuera creado; renovación que la Escritura llama en otros lugares palingenesia, o sea regeneración (Mat. 19, 28) y apocatástasis pántoon, esto es, la restitución de todas las cosa: en su estado primitivo (Hech. 3, 21)." Bien puede ser sin embargo que Dios vaya más lejos en ese empeño que el hombre no puede sino adorar sin comprenderlo ya, a causa de la estrechez de nuestra mente y la mezquindad de nuestro corazón. Traigamos a la memoria las palabras de Dios en Isaías: "Mira ejecutado todo lo que oíste... Hasta ahora te he revelado cosas nuevas, y tengo reservadas otras que tú no sabes" (Is. 48, 6; cf. Is. 42, 9; 43, 19). Aquí es tal vez el caso de "volvernos locos para con Dios" según la expresión S. Pablo (II Cor. 5, 13) y admitir, como un kaleidoscopio sub specie æterntiatis un fluir de creación eternamente renovado para nuestro éxtasis, un fluir inexhausto de la "sabiduría infinitamente variada de Dios" (Ef. 3, 10) y de su amor en Cristo "que sobrepuja a todo conocimiento", para que seamos "total y permanentemente colmados de Dios, a quien sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones de la edad de las edades, amén" (Ef. 3, 19-21)
6. El agua de la vida. Sobre esta imagen, que significa la inmortalidad, véase 7, 17; 22, 1; Is. 4, 1; Ez. 47, 1-12; Juan 4, 10 y nota.
7. El mismo trato de hijo que tiene Jesús a la diestra del Padre, tal es lo que se nos ofrece para siempre (cf. v. 23 y nota) y lo que desde ahora podemos vivir en espíritu (Gal. 4, 6; Ef. 1, 5 y notas). Cumplida totalmente la adopción (Rom. 8. 23) oiremos del Padre lo mismo que Jesús oyó en S. 2,
7. ¿Qué somos pues nosotros en la vida de Dios? Lo que un niñito pequeño e insignificante es para su padre: nada, en cuanto es incapaz de prestarle el menor servicio; todo, en cuanto es el objeto de todos los desvelos y de los más bellos planes de su padre, que han de cumplirse en el (Rom. 8, 17; Gal. 4, 7).
8. En contraste diametral con lo del v. 7, y ya sin ningún término medio, muestra este v. la segunda muerte, o sea, el lago de fuego y azufre, el mismo infernal destino que la Bestia y el Falso Profeta inauguraron según 19, 20 adonde Satanás acaba de ser arrojado (20, 9 S.), čf. 21, 6. Llama la atención ver allí a los tímido:. Ni es esto lo que Israel llamaba santo temor de Dios (la reverencia con que lo honramos). ni tampoco es lo que el mundo suele llamar cobardía, en los que no hacen alarde de arrojo y estoicismo, pues la suavidad de las virtudes evangélicas no lleva por ese rumbo sino por el de la pequeñez infantil (Mat. 5, 3; 18, 3; S. 68, 15 y 21 y notas). Los tímidos que no llegarán a este cielo maravilloso son los que fluctúan entre Cristo y el mundo (Mat. 6, 24 y nota); los que se escandalizan de las paradojas de Jesús (Mat. 11, 6; Luc, 7, 23 y notas); los de ánimo doble, que dan a Dios todo, menos el corazón lo único que a Él le interesa, y no se deciden a pedirle la sabiduría que Él ofrece porque temen que el divino Padre les juegue una mala partida (Sant. 1, 5―8 y notas); los que se dejan llevar "a todo viento de doctrina" (Ei. 4, 14; I Cor. 12, 2; Mat. 7, 15) y, por falta de amor A la verdad concluyen siempre seducidos por la operación del error para perderse (II Tes. 2, 10 y nota).
9. El mismo ángel que antes le presentó a la ramera (17, 3) le muestra ahora a la novia. Cf. IV Esdr. 10, 25 ss.
10. A un monte grande y alto: cf. Ez. 40, 2; Is, 2, 2.
11. Cf. Tob. 13, 21-22; Is. 54, 11-12 y notas. Su luminar es Cristo (v. 23 S.).
12. El muro (cf. v. 17 S.) no existía en la de Zac. 2, 4. En ésta sólo es un atributo de su belleza pues ya no teme ataques como en 20, 9. Nótese el simbolismo invertido de las doce puertas y doce cimientos: aquéllas (lógicamente posteriores al cimiento) con los nombres de las doce tribus de Israel (cf. v. 21) y éstos (v 14) con los de los doce apóstoles. ¿No significa esto la unión definitiva entre los dos Testamentos en el Reino del Padre? Cf. v. 2; 12. 1 y notas
16. Cuadrada: (cf. Ez. 43, 16; 48, 15 ss.). Doce mil estudios: o sea 2.220 kilómetros (cf. 14, 20) Como se ve, esta cifra parecería simbólica a causa de la magnitud e igualdad de las dimensiones, lo cual significa perfección. No se puede, empero, asegurarlo, pues puara Dios nada es imposible. En Ez. 48 16 la ciudad es cuadrada, de 4.500 "cañas" de lado "Interpretar en sentido figurado lo que podemos interpretar en sentido propio, es digno de los incrédulos o de los que buscan rodeos a la fe" (Maldonado). "La ciudad formaba un cubo perfecto, dice Fillion. como el Santo de los Santos en el tabernáculo de Moisés y en el Templo; lo cual quiere expresar que la_ nueva Jerusalén toda será el sitio de la manifestación directa y muy íntima del Señor."
17. Es que el ángel se apareció en forma humana.
18. Los preciosos metales y gemas pueden ser figuras materiales de aquella belleza inefable (II Cor 12, 4) que "ni ojo vio ni oído oyó, ni pasó a hombre alguno por pensamiento" (Is. 64, 4; I Cor. 2. 9). Mas no lo sabemos, y por tanto no hemos de empeñamos en negar de antemano todo sentido real y perceptible a estos esplendores, prometidos aquí por el mismo Dios que nos enseña la vanidad del mundo presente. Bien podría el Enemigo, so pretexto de espiritualidad, quitarnos así el ansia de tener "un tesoro en el cielo". sabiendo él que "donde está nuestro tesoro está nuestro corazón" (Luc. 12, 33-34) ¿Acaso la belleza visible habría de quedar sólo para los pecadores de este mundo? ¿Por qué, dice un autor, no cabría una perfección en el orden de 1a materia restaurada, pues que hemos de resucitar con nuestro Cuerpo? El Dios de los crepúsculos, de las flores, de los lagos es quien nos hace estas promesas.
Si no le creemos a Él, dice S. Ambrosio, ¿a quién le creeremos? Si alegorizamos todo, nos quedaremos sin entender nada. Hoy podríamos agregar que Si la vidrieras de una catedral gótica, por ejemplo, deslumbran nuestra sensibilidad aún carnal, con una belleza de color que nos parece casi sobrehumana ¿porque no habríamos de creer simplemente a Dios cuando nos promete toda esta pedrería como un marco digno de la patria divina, sin perjuicio del amor puro pues ya no la miraremos con afectos carnales? Véase v. 23; 22, 4 y notas.
19. Zafiro: cf. Is. 54, 11.
20. Sardónice: "un sardio mezclado con ónice. El sardio es amarillento o rojizo; cuando es veteado con vetas regulares, se llama sardônice porque e1 ónice tiene vetas irregulares" (Jûnemann).
21. Perlas: en Is, 54, 12 las puertas son carbunclos (Vulg: “piedras deseables"),
22. No habrá templo en ella. Cf. Ez.  44, 2 y nota sobre las diferencias con la que allí se describe. Sin duda la ciudad misma será toda un Santuario, y los comentadores exponen que en la Jerusalén celestial no habrá altar ni sacrificios como en Ez. 43, 13 ss.;
S. 50, 20 s. (cf. notas), suponiendo que al renovarse todo (v. 5) habrán pasado los tiempos de la intercesión en el Santuario celestial (cf. Hebr. 7, 24 s.), Dios y el Cordero serán el divino templo de la continua alabanza, así como serán también la recompensa de la esperanza, (22, 2 y nota cf. Hebr. 10, 19). Es muy hermoso ver aquí a Jesús con igual gloria y honor que "su Dios y Padre", ante quien se postraba con profunda adoración y a quien ya habrá entregado el Reino para quedarle Él mismo sujeto por siempre "a fin de que el Padre sea todo en todo" (I Cor. 13, 24 y 28). Cf. Ef. 48, 35.
23. Cf. Is. 60, 19 s. Al admirar, con el alma colmada de gratitud, esos esplendores, no olvidemos que todo viene de que el Cordero será el luminar, y que sin El nada podría ser apetecible (cf. S. 15, 2 texto hebreo). La novia (v. 1) no desdeña el palacio que le brindara el Príncipe, pero es a él a quien desea, Recordemos también que Jesús, esa lumbrera de los cielos, nos ilumina ya desde ahora si nos dejamos guiar por su Palabra (Luc. 11, 36: Juan 9, 5; II Tim. 1, 10; S. 118, 105 y nota). El misterio del Hijo como antorcha de la claridad del Padre -luz de luz dice el Credo- es el que nos anticipa el S. 35, 10 al decir a Dios: "En tu luz veremos la 1uz." A este respecto algunos autores, desde la época patrística, han distinguido entre los justos varias esferas de bendición. Parece fundado pensar que. siendo el Cordero la lumbrera de la Jerusalén celestial, los que le están más íntimamente unidos y viven aquí de la vida de Él con fe, amor y esperanza, estarán incorporados a El compartiendo su suerte (cf. v. 7; Juan 14, 3; l7, 22-24) en lo más alto de los cielos (Ef. 1, 20; 2, 6), es decir, formando parte de ese luminar... Híc taceat onmís lingua. Cf. 22. 4 y nota.
24. La expresión usada aquí por el Apóstol recuerda el vaticinio de Isaías (Is. 60, 3). Cf. Zac. 2, 11; 8, 23. Gelin hace notar que aún se mantiene aquí esa diferencia entre israelitas y naciones de la gentilidad. Dato ciertamente digno de atención y estudio; pero no nos apresuremos a juzgar sobre él ni a criticar audazmente el divino Libro. y menos aún en materia como la escatología en que bien puede decirse que estamos en pañales. Nuestro empeño ha de ser, cuando no vemos soluciones ni las han visto otros, confesarlo para suscitar en el lector el anhelo ardiente de ahondar cuanto pueda la investigación hasta que Dios quiera entregarnos la llave de los misterios adorables que envuelven lo que tan de cerca interesa a nuestra eterna felicidad. Sobre los reyes, cf. también 20, 4. 25 ss. Cf. Is. 60. 11; 35, 8; 52 1. Véase en Ez 44, 2 y 48, 35 y notas otros paralelismos y diferencias entre esta Jerusalén celestial y la Jerusalén anunciada por los antiguos profetas.

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