miércoles, 29 de agosto de 2012

Evangelio según San Juan caps. 19, 20, 21


Capítulo  XIX
1 Entonces, pues, Pilato tomó a Jesús y lo hizo azotar. 2 Luego los soldados trenzaron una corona de espinas, que le pusieron sobre la cabeza, y lo vistieron con un manto de purpura. 3 Y acercándose a Él, decían: "¡Salve, rey de los judíos!" y le daban bofetadas.
4 Pilato salió otra vez afuera, y les dijo: "Os lo traigo fuera, para que sepáis que yo no encuentro contra Él ningún Cargo." 5 Entonces Jesús salió fuera, con la corona de espinas y el manto de púrpura, y (Pilato) les dijo: "¡He aquí al hombre!" 6 Los sumos sacerdotes y los satélites, desde que lo vieron, se pusieron a gritar: "¡Crucifícalo, Crucifícalo!" Pilato les dijo: "Tomadlo vosotros, y crucificadlo; porque yo no encuentro en Él ningún delito." 7 Los judíos le respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esta Ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios." 8 Ante estas palabras, aumentó el temor de Pilato. 9 Volvió a entrar al pretorio, y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres Tú?" Jesús no le dio respuesta. 10 Díjole, pues, Piato: "¿A mí no me hablas? ¿No Sabes que tengo el poder de librarte y el poder de crucificarte?" 11 Jesús le respondió: "No tendrías sobre Mí ningún poder, si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto quien me entregó a ti, tiene mayor pecado,"
12 Desde entonces Pilato buscaba cómo dejarlo libre; pero los judíos se pusieron a gritar diciendo: "Si sueltas a éste, no eres amigo del César: todo el que se pretende rey, se opone al César," 13 Pilato, al oír estas palabras, hizo salir a Jesús afuera; después Se sentó en el tribunal en el lugar llamado Lithóstrotos, en hebreo Gábbatha. 14 Era la preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta, Y dijo a los judíos: "He aquí a vuestro Rey." 15 Pero ellos se pusieron a gritar: "¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!" Pilato les dijo: "¿A vuestro rey he de crucificar?" Respondieron los sumos sacerdotes: "¡Nosotros no tenemos otro rey que el César!” 16 Entonces se lo entregó para que fuese crucificado.
Tomaron, pues, a Jesús; 17 y Él, llevándose su cruz, salió para el lugar llamado "El cráneo", en hebreo Gólgotha, 18 donde lo crucificaron, y con El a otros dos, uno de cada lado, quedando Jesús en el medio. 19 Escribió también Pilato un título que puso sobre la cruz. Estaba escrito: "Jesús Nazareno, el rey de los judíos”. 20 Este título fue leído por muchos judíos, porque el lugar donde Jesús fue crucificado se encontraba próximo a la ciudad; y estaba redactado en hebreo, en latín y en griego. 21 Mas los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: ‛‛No escribas "el rey de los judíos", sino escribe que Él ha dicho: "Soy el rey de los judíos”. 22 Respondió Pilato: "Lo que escribí, escribí", 23 Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, de los que hicieron cuatro partes, una para cada uno, y también la túnica. Esta túnica era sin costura, tejida de una sola pieza desde arriba. 24 Se dijeron, pues, unos a otros: "No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para saber de quién será"; a fin de que se cumpliese la Escritura: "Se repartieron mis vestidos, y sobre mi túnica echaron suertes". Y los soldados hicieron esto.
25 Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su madre, y también la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena 26 Jesús, viendo a su madre y, junto a ella, al discípulo que amaba, dijo a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". 27  "Después dijo al discípulo: ‛‛He ahí a tu madre". Y desde este momento el discípulo la recibió consigo.
28 Después de esto, Jesús, sabiendo que todo estaba acabado, para que tuviese cumplimiento la Escritura, dijo: "Tengo sed". 29 Había allí un vaso lleno de vinagre. Empaparon pues, en vinagre una esponja, que ataron a un hisopo, y la aproximaron a su boca. 30 Cuando hubo tomado el vinagre, dijo: "Está cumplido", e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
31 Como era la Preparación a la Pascua, para que los cuerpos no quedasen en la cruz durante el sábado -porque era un día grande el de aquel sábado- los judíos pidieron a Pilato que se les quebrase las piernas, y los retirasen. 32 Vinieron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero, y luego del otro que había sido crucificado con Él. 33 Mas llegando a Jesús y viendo que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas; 34 pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua. 35 Y el que vio, ha dado testimonio -y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad- a fin de que vosotros también creáis. 36 Porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: "Ningún hueso le quebrantaréis”. 37 Y también otra Escritura dice: ‛‛Volverán los ojos hacia Aquel a quien traspasaron".
38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero ocultamente, por miedo a los judíos, pidió a Pilato llevarse el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y se llevó el cuerpo. 39 Vino también Nicodemo, el que antes había ido a encontrarlo de noche; éste trajo una mixtura de mirra y áloe, como cien libras. 40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en fajas con las especies aromáticas, según la manera de sepultar de los judíos. 41 En el lugar donde lo crucificaron había un jardín, y en el jardín un sepulcro nuevo, donde todavía nadie había sido puesto. 42 Allí fue donde, por causa de la Preparación de los judíos, y por hallarse próximo este sepulcro, pusieron a Jesús.

Capítulo XX
1 El primer día de la semana, de madrugada, siendo todavía oscuro, María Magdalena llegó al sepulcro; y vio quitada la losa sepulcral. 2 Corrió, entonces, a encontrar a Simón Pedro, y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del Sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto." 3 Salió, pues, Pedro y también el otro discípulo, y se fueron al sepulcro. 4 Corrían ambos, pero el otro discípulo corrió más a prisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. 5 E, inclinándose, vio las fajas puestas allí, pero no entró. "Llegó luego Simón Pedro, que le seguía, entró en el sepulcro y vio las fajas puestas allí, 7 y el sudario, que había
estado sobre su cabeza, puesto no con las fajas, sino en lugar aparte, enrollado. 8 Entonces, entró también el otro discípulo, que había llegado primero al sepulcro, y vio, y creyó. 9 Porque
todavía no habían entendido la Escritura, de cómo Él debía resucitar de entre los muertos. 10 Y los discípulos se volvieron a casa.
11 Pero María se había quedado afuera, junto al sepulcro, y lloraba. Mientras lloraba, se inclinó al sepulcro, 12 y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. 13 Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?" Díjoles: ‛‛Porque han quitado a mi Señor, y yo no sé dónde lo han puesto." 14 Dicho esto se volvió y vio a Jesús que estaba allí, pero no sabía que era Jesús. 15 Jesús le dijo: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el jardinero, le dijo: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré." 16 Jesús le dijo: "Mariam." Ella, volviéndose, dijo en hebreo: "Rabbuní", es decir: ‛‛Maestro.” 17 Jesús le dijo: "No me toques más, porque no he subido todavía al Padre; pero ve a encontrar a mis hermanos, y diles: voy a subir a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios." 18 María Magdalena fue, pues, a anunciar a los discípulos: "He visto al Señor", y lo que Él había dicho.
19 A la tarde de ese mismo día, el primero de la semana, y estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas (de) donde se encontraban los discípulos, vino Jesús y, de pie en medio de ellos, les dijo: "¡Paz a vosotros!" 20 Diciendo esto, les mostró sus manos y su costado; y los discípulos se llenaron de gozo, viendo al Señor. 21 De nuevo les dijo: "¡Paz a vosotros! Como mi Padre me envió, así Yo os envío." 22 Y dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo: 23 a quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados y a quienes se los retuviereis, quedan retenidos.
24 Ahora bien Tomás, llamado Dídimo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 25 Por tanto le dijeron los otros: "Hemos visto al Señor." Él les dijo: "Si yo no veo en sus manos las marcas de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y no pongo mi mano en su costado, de ninguna manera creeré.” 26 Ocho días después, estaban nuevamente adentro sus discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y, de pie en medio de ellos, dijo: "¡Paz a vosotros!" 27 Luego dijo a Tomás: "Trae acá tu dedo, mira mis manos, alarga tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente." 28 Tomás respondió y le dijo: "¡Señor mío y Dios mío!” 29 Jesús le dijo: "Porque me has visto has creído; dichosos los que han creído Sin haber visto."
30 Otros muchos milagros obró Jesús, a la vista de sus discípulos, que no se encuentran escritos en este libro. 31 Pero éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Capítulo XXI
1 Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a los discípulos a la orilla del mar de Tiberíades. He aquí cómo: 2 Simón Pedro, Tomas, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea; los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos, Se encontraban juntos. 3 Simón Pedro les dijo: "Yo me voy a pescar." Le dijeron: "Vamos nosotros también contigo." Partieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 4 Cuando ya venía la mañana, Jesús estaba sobre la ribera, pero los discípulos no sabían que era Jesús. 5 Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tenéis algo ara comer?" Le respondieron: "No." 6 Díjoles entonces: "Echad la red al lado derecho de la barca, y encontraréis." La echaron, y ya no podían arrastrarla por la multitud de los peces. 7 Entonces el discípulo, a quien Jesús amaba, dijo a Pedro: " ¡Es el Señor!" Oyendo que era el Señor, Simón Pedro se ciñó la túnica -porque estaba desnudo- y se echó al mar. 8 Los otros discípulos vinieron en la barca, tirando de la red (llena) de peces, pues estaban sólo como a unos doscientos codos de la orilla. 9 Al bajar a tierra, vieron brasas puestas, y un pescado encima, y pan. 10 Jesús les dijo: "raed de los peces que acabáis de pescar." 11 Entonces Simón Pedro subió (A la barca) y sacó a tierra la red, llena de ciento cincuenta y tres grandes peces; y a pesar de ser tantos, la red no se rompió. 12 Díjoles Jesús: "Venid, almorzad." Y ninguno de los discípulos osaba preguntarle: "¿Tú quién eres?" sabiendo que era el Señor. 13 Aproximóse Jesús y tomando el pan les dio, y lo mismo del pescado. 14 Esta fue la tercera vez que Jesús, resucitado de entre los muertos, se manifestó a sus discípulos.
15 Habiendo, pues, almorzado, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos?" Le respondió: "Sí, Señor, Tú sabes que yo te quiero." Él le dijo: "Apacienta mis corderos." 16 Le volvió a decir por Segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Le respondió: "Sí, Señor Tú sabes que te quiero." Le dijo: "Pastorea mis ovejas." 17 Por tercera vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que por tercera vez le preguntase: "¿Me quieres?", y le dijo: "Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que yo te quiero." Díjole Jesús: "Apacienta mis ovejas."
18 "En verdad, en verdad, te digo, cuando eras más joven, te ponías a ti mismo el ceñidor, e ibas adonde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás los brazos, y otro te pondrá el ceñidor, y te llevará adonde no quieres." 19 Dijo esto para indicar con qué muerte él había de glorificar a Dios. Y habiéndole hablado así, le dijo: "Sígueme." 20 Volviéndose Pedro, vio que los seguía el discípulo al cual Jesús amaba, el que, durante la cena, reclinado sobre su pecho, le había preguntado: "Señor ¿quién es el que te ha de entregar?". 21 Pedro, pues, viéndolo, dijo a Jesús: ‛'Señor: ¿y éste, qué?" 22 Jesús le respondió: "Si me place que él Se quede hasta mi vuelta, ¿qué te importa a ti? Tu Sígueme." 22 Y así Se propagó entre los hermanos el rumor de que este discípulo no ha de morir. Sin embargo, Jesús no le había dicho que él no debía morir, sino: "Si me place que él se quede hasta mi vuelta, ¿qué te importa a ti?" 24 "Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
25 Jesús hizo también muchas otras cosas: si se quisiera ponerlas por escrito, una por una creo que el mundo no bastaría para contener los libros que se podrían escribir.

Comentarios
1. Cruel inconsecuencia. Sabiendo y proclamando que Jesús es libre de culpa (v. 4), lo somete sin embargo, por librarlo de la muerte, a un nuevo y atroz tormento que no había pedido la Sinagoga... ¡y luego lo condena! (v. 16),
6. Por tercera vez da el juez testimonio de la inocencia de Cristo y proclama él mismo la injusticia de su proceder al autorizar la crucifixión de la divina Víctima.
8. Como pagano no conoció Pílato lo que decían, y por eso se llenó más de temor, Puede ser que temiera la ira de algún dios, o, más probablemente, que tuviera miedo de caer en desgracia ante el emperador. Los judíos advirtiendo Su vacilación insisten cada vez más en el aspecto político (vv. 12 y 15) hasta que cede el juez cobarde por salvar Su puesto, quedando su nombre como un adjetivo infamante para los que a través de los siglos obrarán como él. Sobre jueces prevaricadores cf. Salmos 57 y 81 y notas.
11. O sea: la culpa, de Caifás, Sumo Sacerdote del verdadero Dios, Se agrava aún más por el hecho de que, no pudiendo ordenar por sí mismo la muerte de Jesús, quiere hacer que la autoridad civil, que él sabe emanada de Dios, sirva para dar muerte al propio Hijo de Dios.
15. Cf. Luc. 19, 14 y nota. Es impresionante ver, a través de la historia de Israel. que este rechazo de Cristo Rey parecía ya como anunciado por las palabras de Dios a Samuel en I Rey 8, 7, cuando el pueblo pidió un soberano como el de los gentiles.
l7. El Cráneo: eso quiere decir el Calvario: lugar de la calavera. Según la leyenda judía, es el lugar donde fue enterrado Adán. Estaba fuera de la ciudad; Sólo más tarde el sitio fue incorporado a la circunvalación. Hoy forma parte de la Iglesia del Santo Sepulcro.
24, Véase S. 21, 19.
25. Estaba de pie: Lo primero que ha de imitarse en Ella es esa fe que Isabel le había señalado como su gran bienaventuranza (Luc 1, 45). La fe de María no vacila, aunque buenamente todo lo divino parece fallar aquí, pues la profecía del ángel le había prometido para su Hijo el trono de David (Luc 1, 32), y la de Simeón (Luc 2, 32), que Él había de ser no solamente "luz para ser revelada a las naciones" sino también "la gloria de su pueblo de Israel" que de tal manera lo rechazaba y lo entregaba a la muerte por medio del poder romano "El justo vivirá por la fe" (Rom 1, 17) y María guardó las palabras meditándolas en su corazón (Luc 2, 19 y 51; 11, 28) y creyó contra toda la apariencia (Rom 4, 18), así como Abrahán, el padre de los que creen, no dudó de la promesa de una numerosísima descendencia, ni aun cuando Dios le mandaba matar al único hijo de su vejez que debía darle esa descendencia (Gen 21, 12; 22, 1; Ecli 44, 21; Hebr 11, 17-19)
26. Dijo o su madre: Mujer: Nunca, ni en Caná (2. 4), ni en este momento en que "una espada atraviesa el alma" de María (Luc. 2, 35), ninguna vez le da el mismo Jesús este dulce nombre de Madre. En Mat. 12, 46-50; Luc. 2. 48-50; 8. 19-21; 11, 28 -los pocos pasajes en que Él se ocupa de Ella- confirmamos su empeño por excluir de nuestra vida espiritual todo sentimentalismo, y acentuar en cambio el sello de humildad y retiro que caracteriza a "la esclava del Señor" (Luc. 1, 38) no obstante que Él, durante toda su infancia, estuvo "sometido" a Ella y a José (Luc. 2, 51). En cuanto a la maternidad espiritual de María, que se ha deducido de este pasaje, Pio X la hace derivar desde la Encarnación del Verbo (Ene. ad diem íllum). extendiéndola de Cristo a todo su Cuerpo místico. Cf, Gál. 4, 26
 27. En el grande y misterioso silencio que la Escritura guarda acerca de María, nada nos dice después de esto, sino que, fiel a. las instrucciones de Jesús (Luc. 24, 49). Ella perseveraba en oración en el Cenáculo con los apóstoles, después de la Ascensión (Hech. 1, 13 s.), y sin duda también en Pentecostés (Hech. 2, 1). ¡Ni siquiera una palabra sobre su encuentro con Jesús cuando Él resucitó ! con todo, es firme la creencia en la Asunción de María, o sea su subida al Cielo en alma y cuerpo, suponiéndose que, al resucitar éste, su sepulcro quedó vacío, si bien no hay certeza histórica con respecto al sepulcro; y claro está que bien pudo Dios haberla eximido de la muerte, como muchos creyeron también de aquel discípulo amado que estaba con Ella (Juan 21- 22 ss. y nota); pues siendo, desde su concepción inmaculada (en previsión de los méritos de Cristo) María quedó libre del pecado sin el cual la muerte no habría entrado en el mundo (Rom. 5, 12; Sab. 1, 16; 2, 24; 3, 2 y notas). Sin embargo murió, a semejanza de su Hijo.
28. Todas las profecías sobre la pasión quedaban cumplidas, especialmente los Salmos 21 y 68 e Isaías cap. 53, incluso el reparto y sorteo de las vestiduras por los soldados, que Jesús presenció, vivo aún, desde la Cruz.
30. Está cumplido el plan de Dios para redimir al hombre. Si nos tomamos el trabajo de reflexionar que Dios no obra inútilmente, nos preguntaremos qué es lo que pudo moverlo a entregar su Hijo. que lo es todo para Él, Siendo que le habría bastado decir una palabra para el perdón de los hombres. según Él mismo lo dijo cuando declaró la libertad de compadecerse de quien quisiera, y de hacer misericordia a aquel de quien se hubiera compadecido (Éx. 33, 29; Rom. 9, 15), puesto que para Él "todo es posible" (Marc. 10, 27). Y si, de esa contribución infinita del Padre para nuestra redención, pasamos a la del Hijo, vemos también que pudiendo salvar, como dice Sto. Tomás, uno y mil mundos, con una sola gota de su Sangre, Jesús prefirió darnos su vida entera de Santidad, su Pasión y muerte, de insuperable amargura, y quiso con la lanzada ser dador hasta de las gotas de Sangre que le quedaban después
de muerto. Ante semejantes actitudes del Padre y del Hijo, no podemos dejar de preguntarnos el por qué de un dispendio tan excesivo. Entonces vemos que el móvil fue el amor; vemos también que lo que quieren con ese empeño por ostentar la superabundancia del don, es que sepamos, creamos y comprendamos, ante pruebas tan absolutas, la inmensidad sin límites de ese amor que nos tienen. Ahora sabemos, en cuanto al Padre, que "Dios amó tanto al mundo, que dio su Hijo unigénito" (3, 16); y en
cuanto al Hijo, que "nadie puede tener amor más grande que el dar la vida" (15, 13). En definitiva, el empeño de Dios es el de todo amante que se conozca la magnitud de su amor, y, al ver las pruebas indudables, se crea que ese amor es verdad. aunque parezca imposible. De ahí que si Dios entregó a su Hijo como prueba de su amor, el fruto sólo será para los que así lo crean (3. 16. in fine). El que así descubre el más íntimo Secreto del Corazón de un Dios amante, ha tocado el fondo mismo de la sabiduría, y su espíritu queda para siempre fijado en el amor (cf. Ef. 1, 17).
35. El que lo vio: Juan (21, 24; I Juan 1, 1-3).
36. Véase Éx. 12, 46; Núm. 9, 12; S. 33. 21.
37. Refiérese a una profecía que anuncia la conversión final de Israel y que dice: "Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el espíritu de gracia y de oración. y pondrán sus ojos en Mi a quien traspasaron, y llorarán al que hirieron como se llora a un hijo único, y harán duelo por Él como se hace por un primogénito" (Zac. 12, 10). Cf. Apoc. 1, 7.

1 ss. Véase Mat. 28, 1-10; Marc. 16, 1-8; Lue. 24, 1-11. El primer día de la semana: el domingo de la Resurrección, que desde entonces sustituyó para los cristianos a1 Sábado, día santo del Antiguo Testamento (cf. CO]. 2, 16 S.; I Cor. 16, 2; Hech. 20, 7).
Sobre el nombre de este día cf. S. 117, 24; Apoc. 1, 9 y notas.
7. Es de notar la reverencia especial para con la sagrada Cabeza de Jesús que demuestran los ángeles. No quiso Dios que el sudario que envolvió la Cabeza de su Hijo muy amado quedase confundido con las demás vendas.
16. María Magdalena, la ferviente discípula del Señor, es la primera persona a la que se aparece el Resucitado. Así recompensa Jesús el amor fiel de la mujer penitente (Luc. 7, 37 ss.), cuyo corazón, ante esa sola palabra del Señor, se inunda de gozo indescriptible. Véase 12, 3 y notas.
22 s. Recibid: Este verbo en presente ¿sería una excepción a los reiterados anuncios de que el Espíritu solo descendería cuando Jesús se fuese? (16, 7 y nota). Pirot expresa que "Jesús sopla sobre ellos para significar el don que está a punto de hacerles". El caso es igual al de Lucas 24, 49, donde el Señor usa también el presente "yo envío" para indicar un futuro próximo, o sea el día de Pentecostés. Por lo demás esta facultad de perdonar o retener los pecados (cf. Concilio Tridentino 14, 3; Denz. 9i3) se contiene ya en las palabras de Mateo 18, 15-20, pronunciadas por Jesús antes de su muerte. Cf. Mat. 16, 19. La institución del Sacramento de la Penitencia expresada tan claramente en estos versículos, obliga a los fieles a manifestar o confesar sus pecados en particular; de otro modo no sería posible el "perdonar" o "retener" los pecados. Cf. Mat. 18, 18; Couc. Trid. Ses. 1; Cap. V. 6, can. 2-9.
25. La defección de Tomás recuerda las negaciones de Pedro después de sus presuntuosas promesas. Véase 11, 16, donde Dídimo (Tomás) hace alarde de invitar a sus compañeros a morir por ese Maestro a quien ahora niega el único homenaje que Él le pedía, el de la fe en su resurrección, tan claramente preanunciada por el mismo Señor y atestiguada ahora por los apóstoles.
29. El único reproche que Jesús dirige a los suyos, no obstante la ingratitud con que lo habían abandonado todos en su Pasión (Mat. 26, 56 y nota), es el de esa incredulidad altamente dolorosa para quien tantas pruebas les tenia dadas de su fidelidad y de su santidad divina, incapaz de todo engaño. Aspiremos a la bienaventuranza que aquí proclama Él en favor de los pocos que se hacen como niños, crédulos a las palabras de Dios más que a las de los hombres. Esta bienaventuranza del que cree a Dios sin exigirle pruebas, es sin duda la mayor de todas, porque es la de María Inmaculada: "Bienaventurada la que creyó." (Luc. 1. 45.) Y bien se explica que sea la mayor de las bienaventuranzas, porque no hay mayor prueba de estimación hacia una persona, que el darle crédito por su sola palabra. Y tratándose de Dios, es éste el mayor honor que en nuestra impotencia podemos tributarle. Todas las bendiciones prometidas a Abrahán le vinieron de haber creído (Rom. 4, 18), y el "pecado" por antonomasia que el Espíritu Santo imputa al mundo, es el de no haberle creído a Jesús (Juan 16, 9). Esto nos explica también por qué la Virgen María vivía de fe. mediante las Palabras de Dios que continuamente meditaba en su corazón (Luc. 2, 19 y 51; 11, 28). Véase la culminación de su fe al pie de la Cruz (19, 25 ss. y notas). Es muy de notar que Jesús no se fiaba de los que creían solamente a los milagros (véase 2, 23 S.), porque la fe verdadera es, como dijimos, la que da crédito a Su palabra, A veces ansiamos quizá ver milagros, y los consideramos como
un privilegio de Santidad. Jesús nos muestra aquí que es mucho más dichoso y grande el creer sin haber visto.
31. Escrito: para que creáis: San Lucas confirma esta importancia que tiene la Sagrada Escritura como base, fuente y confirmación de la fe. En el prólogo de su Evangelio dice al lector, que lo ha escrito "a fin de que conozcas la certeza de lo que se te ha enseñado". Véase en Hech. 17, 11 Cómo los fieles de Berea confirmaban su fe con las Escrituras Sagradas.

1. Por mandato del Señor, los apóstoles habían ido a Galilea. Véase Mat. 28, 7.
9. Santo Tomás de Aquino opina que en esta comida, como en la del Cenáculo (Luc. 24, 41-43) y en la de Emaús (Luc. 24, 30), ha de verse la comida y bebida nuevas que Jesús anunció en Mat. 26, 29 7 Luc. 22, 16-18 y 29-30. Otros autores no comparten esta opinión, Observando que en aquellas ocasiones el Señor resucitado no comió cordero ni bebió vino, sino que tomó pescado, pan y miel, y que, lejos de sentarse a la mesa en un banquete triunfante con sus discípulos, tuvo que seguir combatiéndoles la incredulidad con que dudaban de su Redención (cf. Luc. 24, 13; Hech., 1, 3 y notas).
15 ss. Las tres pregunta: sucesivas quizá recuerdan a Pedro las tres veces que había negado a su Maestro. Jesús usa dos veces el verbo amar (agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (filo se). La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro:
me quiere; (filéis me). También usa el Señor verbos distintos: boske y póímaine, que traducimos respectivamente apacienta y pastorea (así también de la Torre), teniendo el segundo un sentido más dinámico: llevar a los pastos. En cuanto a corderos (arnía) y
ovejas (próbata) -el próbátia: ovejuelas, que algunos prefieren la segunda vez, no añade nada (cf. Pirot)- indican matices que han sido interpretados muy diversamente. Según Teofilacto, los corderos serían las almas principiantes, y las ovejas las proficientes. Según otros, representan la totalidad de los fieles, incluso los pastores de la Iglesia. Pirot hace notar la relación con el redil del Buen Pastor (10, 1-16; cf. Gal. 2, 7-10). El Concilio Vaticano, el 18 de julio de 1870, invocó este pasaje al proclamar el universal primado
de Pedro (Denz. 1822), cuya tradición testifica autorizadamente S. Ireneo, obispo y mártir. Ello no obstante es de notar la humildad con que Pedro sigue llamándose simplemente copresbítero de sus hermanos en el apostolado (I Pedr. 5, 1; cf. Hech. 10, 23 y 26 y notas), a pesar de ser el Pastor supremo.
18 s. A raíz de lo anterior Jesús profetiza a Pedro el martirio en la cruz, lo que ocurrió en el año 67 en Roma. en el sitio donde hoy se levanta la Basílica de S. Pedro. Cf. Il Pedr. l. l2­î5. Véase 13, 23 y nota.
22 s. S. Agustín interpreta este privilegio de Jesús para su íntimo amigo, diciendo: "Tú (Pedro) sigueme, sufriendo conmigo los males temporales; él (Juan). en cambio, quédese como está, hasta que Yo venga a darle los bienes eternos." La Iglesia celebra, además del 27 de diciembre, como fiesta de este gran Santo y modelo de suma perfección cristiana, el 6 de mayo como fecha del martirio en que S. Juan, sumergido en una caldera de aceite hirviente. salvó milagrosamente su vida. Durante mucho tiempo se creyó que sólo se había dormido en su Sepulcro (Fillion).
24. Este v. y el siguiente son el testimonio de los discípulos del evangelista, o tal vez de los fieles de Éfeso donde él vivía.
25. El mundo no bastaría: la Sabiduría divina es un mar sin orillas (Ecli 24, 32 y nota). Jesús nos ha revelado los secretos que eternamente oyó del Padre (l5, l5)• y tras Él vendría Pablo, el cual escribió tres décadas antes que Juan, y explayó. para el Cuerpo místico, el misterio que había estado oculto por todos los siglos (Ef. 3, 9 ss.; Col. 1, 26). Quiso Jesús que, por inspiración del Espíritu Santo (Is, 26; 16, 13) se nos transmitiesen en el Evangelio sus palabras y hechos; no todos, pero sí lo suficiente "para que creyendo tengamos vida en su nombre" (20. 30 s.; Luc. l. 4). Sobre este depósito que nos ha sido legado "para que también nos gocemos" con aquellos que fueron testigos de las maravillas de Cristo (I Juan l, l­4). se han escrito abundantísimos libros, y ello no obstante, Pio XII acaba de recordarnos que; "no pocas cosas... apenas fueron explicadas por los expositores de los pasados siglos", por lo cual "Sin razón andan diciendo algunos... que nada le queda por añadir, al exégeta católico de nuestro tiempo a lo ya dicho por la antigüedad cristiana". Que "nadie se admire de que aún no se hayan resuelto y vencido todos las dificultades y que basta el día de hoy inquieten, y no poco. las inteligencias de los exegetas católicos. graves cuestiones". y que "hay que esperar que también éstas... terminarán por aparecer a plena luz, gracias al constante esfuerzo", por lo cual "el intérprete católico... en modo alguno debe arredrarse de arremeter una y otra vez las difíciles cuestiones todavía Sin solución'‛. Y en consecuencia el Papa dispone que "todos los restantes hijos de la Iglesia . . . odien aquel modo menos prudente de pensar según el cual todo lo que es nuevo es por ello mismo rechazable, o por lo menos sospechoso. Porque deben tener sobre todo ante los ojos que... entre las muchas cosas que se proponen en los Libros sagrados, legales. históricos, sapienciales y proféticos, Sólo muy pocas cosas hay cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia. y no son muchas más aquellas en las que sea unánime la sentencia de los Santos Padres. Quedan, pues. muchas otras. y gravísimas, en cuya discusión y explicación se puede y debe ejercer libremente la agudeza e ingenio de los intérpretes católicos” (Encíclica "Divino Afflante Spiritu", septiembre de 1943).

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